lunes, 2 de enero de 2012

IMPUNIDAD EN LA ESCLAVITUD DEL SIGLO XXI

Ivette Salazar Márquez

El trailer donde viaja Rosa Aurora se detiene de pronto. Se despierta y recuerda dónde está. Afuera se escuchan voces de hombres. Hay una pelea. Una ráfaga acaba con la disputa. El trailer sale de la carretera y a tumbos avanza por un camino vecinal. Adentro de la caja, los gritos de mujeres de pronto saturan la oscuridad del minúsculo espacio. Golpes contra las paredes y gritos. “¡Acá estamos!” y “¡Sálvennos!” desgarradores hacen que Rosa Aurora se acuerde de aquella película que vio cuando tenía 14 años, donde los judíos eran llevados a los campos de exterminio nazis dentro de vagones de tren sin ventanas. ¿Quién iba a decir que a los 19 años le tocaría a ella vivir algo parecido? De pronto el miedo la satura. Ella también golpea “¡Déjenme ir, yo estoy embarazada, déjenme ir!” grita, como apelando al sentido de justicia, a la bondad quizá, de los que se acaban de robar el trailer donde viaja con otros 115 centroamericanos que iban hacia los Estados Unidos a través de México. Pese a las súplicas cargadas de terror, el camión se pierde en la noche.

De pronto, luego de una larga travesía, el trailer se detiene de golpe, como para despertarlos. Hay voces afuera. Alguien golpea con fuerza la puerta de la caja. Les advierten que van a abrir y que primero van a bajar las mujeres. Si alguien se resiste será asesinado. Rosa Aurora se queda dentro hasta el final. La iluminan con una linterna de alta potencia. Tiene la esperanza de que si les explica su situación la dejarán libre. Al contrario, al parecer eso la hace más valiosa. Sujeta por el cabello la bajan y la esposan con las otras. El camino es tan malo que sólo a pie pueden llegar al rancho donde son confinadas a un galerón sin posibilidad de escape. Hay llantos, rezos, súplicas. Adentro dejan a varios hombres armados para que no intenten huir. En cuanto se cierra la puerta escogen a las más bonitas para obligarlas a darles placer sexual. Rosa María es la primera. Sus gritos, su llanto desgarrador parecen excitar más a los sujetos. Es violada por el jefe y por otros delante de las demás para aterrorizarlas. Desnuda, Rosa María pasa el resto de la madrugada en posición fetal en un rincón. Su llanto silencioso en su única compañía.

Han pasado seis días sin el menor rastro de ayuda. Nadie se ha enterado. Rosa María forma parte del grupo que los captores llaman “las bonitas”. Cada vez son menos. Las han llevado a varios ranchos y las violaciones tumultuarias se repiten. Ella lo permite todo; las que oponen resistencia son golpeadas y de todas formas son vejadas. Ha descubierto que si busca la mirada de su violador la maltratan menos. Lo que más le preocupa es su bebé. Hace días que no siente sus incipientes movimientos. Recuerda que al principio había varias niñas en el grupo. Ya no queda ninguna.

Este mismo caso, inspirado en una nota reciente de periódico de circulación nacional, se ha repetido cotidianamente en nuestro país sin que la población muestre mayor indignación. ¿Se deberá a caso a que somos una nación de gente cruel, incapaz de sentir compasión por el infierno que viven miles de seres humanos? ¿Será que sabemos que las autoridades están involucradas en esta nueva modalidad de esclavitud y que por lo tanto más nos vale quedarnos callados? ¿O es que los medios se han encargado de minimizar tanto estos horrores que aún no tomamos conciencia de TENEMOS que detener esto?

Y es que esos hombres, esas mujeres, esas familias son tan parecidos a nosotros que quizá nos da miedo asomarnos a lo que les sucede cuando cruzan nuestro territorio. Pero este tipo de injusticias no se acaban sino enfrentándolas. Esa gente que es asesinada en México tiene el mismo derecho que nosotros a vivir, a buscar una vida menos dura para sus hijos. Como nosotros, ellos tienen sueños, deseos de encontrar el amor, de establecerse en un lugar donde su trabajo valga más y donde sus hijos no sean consumidos por la miseria; elementos que, como seres humanos, le dan sentido a nuestra existencia… Ponte en su lugar; si la única forma de salvar a tu familia fuera llegar a los Estados Unidos, también lo harías, pero sólo que para llegar a aquél país corres el riesgo de que sean víctimas de la TRATA DE PERSONAS, delito declarado por la ONU como la Esclavitud del siglo XXI.

Y es que en México, ni siquiera los jueces se dignan a tratar con dureza a los traficantes de personas y a la menor provocación dejan libres a personas que son capaces de separar a un bebé de su familia para extirparle los riñones y venderlos al mejor postor. ¿Qué está pasando en este país donde los jueces tratan con mayor dureza a un ladrón de autopartes que a un traficante de niñas?

De acuerdo al diagnóstico (Human Trafficking Assesment Tool) realizado por la American Bar Association (ABA), realizado en México, se han detectado 47 bandas dedicadas a la trata de personas sexual y laboral, también documentó que las entidades con mayor riesgo de que se cometa este ilícito en el Distrito Federal, Baja California, Chiapas, Chihuahua, Guerrero, Oaxaca, Tlaxcala y Quintana Roo. En México de 2005 a 2008 se han detectado más de 300 casos de trata de personas. Se tiene conocimiento que 22 eran extranjeros y fueron apoyados por el Instituto Nacional de Migración (INM) para regular su estancia en el país por su condición de víctimas de trata de personas.






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